jueves, 14 de septiembre de 2017

LOS PROBLEMAS SE RESUELVEN MEJOR SALIÉNDOSE DE LOS PROBLEMAS


LOS PROBLEMAS SE RESUELVEN MEJOR SALIÉNDOSE DE LOS PROBLEMAS
En mi opinión, conviene recordar y respetar algunas normas cuando uno se halla inmerso en un problema y quiere resolverlo.
Estar dentro un problema consigue que abandonemos algunas de las condiciones que son imprescindibles para encontrar la mejor solución y encontrarla del mejor modo posible.
Una de esas condiciones es que hay que salir del problema para ver objetivamente el problema. Si lo que nos está pasando a nosotros le ocurriera a otra persona, y nos lo contara para que le aportáramos una solución, lo podríamos hacer bien porque al no estar implicados ni personal ni emocionalmente mantendríamos la capacidad objetiva y no lo haríamos desde la subjetiva.
O sea, que si uno se queda dentro del problema no verá las soluciones fácilmente porque la turbulencia de sus pensamientos y el agobio de su mente pierden la capacidad de actuar imparcialmente, y entonces lo hará desde la tensión y el agobio, desde el miedo y la preocupación, afectado por sus eternas dudas, desde la ansiedad que provoca el temor a no acertar y a equivocarse –que son dos cosas distintas-, y con una desazón lacerante adelantada y pre-ocupada por el resultado de la respuesta que se encuentre o que no aparece.
Se requiere una sangre fría especial para no perder la objetividad y la imparcialidad en esos momentos que es, precisamente, cuando más se necesitan. O se requiere la cordura suficiente para darse cuenta de que lo mejor que uno puede hacer por sí mismo cuando está revisando un problema propio es verlo y sentirlo como si fuera ajeno.
Salirse de él.
Permanecer impasible. (Aunque parezca imposible, se puede hacer)
Mantenerse en un estado en el que no aflore una euforia falsa ni un pesimismo que se ha precipitado en aparecer, ya que es en esos momentos, los de euforia y los de pesimismo, cuando no hay que tomar decisiones ya que en ambos casos estarán influenciadas o exaltadas por un estado que no es auténtico y equilibrado, sino que es extremo.
La euforia es una sensación exagerada que no está adecuada a la realidad y el pesimismo es una propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más desfavorable. Cada una de las cosas está en uno de los extremos del punto de equilibrio. Las cosas no son tan rosas como las pinta una ni tan negras como las pinta el otro.
Conviene poder razonar, aunque el hecho de poder razonar un problema no implica que se pueda resolver.
Y conviene ser capaz de ir aparcando las soluciones que vayan apareciendo –apuntándolas para que no se olviden- de modo que quede un espacio mental para que puedan seguir apareciendo otras, ya que otras que vengan pueden ser mejor que las anteriores.
Conviene no anclarse en la primera que aparezca, y no conformarse con ella creyendo que es la mejor porque eso puede ser un síntoma de pereza en continuar con la búsqueda.
Es recomendable en estos casos usar una técnica que utilizan los creativos que denominan “Tormenta de ideas” o “Lluvia de ideas” (Brainstorming), y consiste en ir diciendo todas las cosas que se ocurran sin racionalizarlas mucho, sino que se “piensa” rápida y espontáneamente, que es como si no se pensara, como si no se dejara que la mente –con sus costumbres y sus condicionamientos- interviniera, como si se permitiera a la intuición manifestarse, como si se eliminaran de este modo todas las respuestas rutinarias e inconscientes que se tienen preparadas.
Parece difícil para algunas personas que están dominadas por su mente y son esclavas de ella, pero no lo es tanto. Interesa aprender a hacerlo. Verlo desde fuera y ajeno. Durante un tiempo el problema no es el problema propio, sino que es el problema de otra persona, en el que no estamos implicados, al que podemos mirar sin miedo, de frente, sin sentirnos subyugados por su influencia, y entonces comprobamos que el problema pierde su poder amenazante, ya no nos puede hacer daño, no tenemos que sobrecogernos ante su presencia ni sentirnos atacados, y eso nos da la libertad de poder mostrarnos superiores a él y con capacidad de dominarle y encontrar la solución que lo desbarate.
Cuando hay que afrontar un problema conviene no estancarse en la creencia de que no se va a poder solucionar porque no aparece la respuesta y conviene no aplazarlo continuamente esperando siempre un momento de “lucidez” que no llega ni llegará, pero también conviene no precipitarse y tomar la primera solución que aparezca o la que más nos seduzca solamente por no tener que seguir en esa tensión que siempre producen los problemas.
Los problemas –de todos los calibres posibles- nos van acompañar a lo largo de toda nuestra vida. La vida puede que sea un continuo resolver problemas. Así que conviene saber y aceptar que forman parte de nuestra estancia en este mundo, y conviene por tanto prepararse para saber cómo afrontarlos y no verlos como enemigos sino como circunstancias. Así se les despoja del drama. Y desdramatizar los problemas es un grandísimo paso para estar en condiciones óptimas de afrontarlos.
(Durante todo el artículo he escrito “problemas” porque la mayoría de personas los llama de ese modo. Yo los llamo “asuntos pendientes de resolver” y de ese modo pierden el poder negativo que le adjudicamos a la palabra “problema” que simplemente al escucharla nos pone en una situación de indefensión y temor. Te invito a que pruebes a no usar la palabra “problema”)
Sin miedo. Adelante. Con las sugerencias de este artículo o del modo que consideres apropiado, pero de frente y a por ellos.
Te dejo con tus reflexiones…
(Y si te ha gustado, ayúdame a difundirlo compartiéndolo. Gracias)
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