Un ejecutivo preguntó al Maestro cuál creía él que era el secreto de una vida dichosa y afortunada.
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- Hacer feliz cada día a una persona –respondió-.
Y tras unos breves instantes, dijo:
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- Aunque esa persona seas tú mismo.
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Hizo otra breve pausa y añadió:
- Sobre todo si esa persona eres tú mismo.
En mi opinión, esto de hacerse feliz a uno mismo va aún más allá de ser una responsabilidad que Dios entrega cuando entrega la vida: llega a ser una obligación.
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Me gusta imaginar que cuando uno se presente ante Dios –para quien no crea en Dios, ante su propia conciencia, que en este caso hace la misma labor- y haya que presentar un inventario de la propia vida, la cuestión principal será: ¿Has sido feliz?, o tal vez ¿Te has hecho feliz?
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Dios, o la Creación, o la Vida, o el Mundo, han puesto a nuestro alcance, para todas las personas –que somos seres dotados de sentidos, o sea, de capacidades de disfrute- miles de cosas que nos pueden hacer disfrutar, contentarnos, gozar, alegrarnos… pero nos ha provisto de algo que aún es más grandioso: la capacidad de ser felices.
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Algunas personas dejan su felicidad en las manos de otros y luego se lamentan de que no les hacen felices. Y la felicidad es un asunto que no ha de depender de las condiciones externas, porque es algo íntimo, que se siente dentro, y no tiene nada que ver con las circunstancias ni con las alteraciones del exterior. Uno puede estar triste o furioso y a pesar de ello seguir siendo feliz, porque son estados emocionales transitorios mientras que la felicidad es continua, incluso aunque no se esté demostrando con una sonrisa.
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Insisto en que la felicidad propia es responsabilidad de cada uno, aunque es bienvenida cualquier felicidad que venga de fuera, pero si viene de fuera se ha de recibir como un extra, como un regalo, y no poner expectativas en que son los otros los que tienen que hacerlo y de un modo obligatorio, porque eso va a crearnos frustración.
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En realidad, los otros, como cada uno, están pendientes de su propia felicidad, y, aunque ocasionalmente hagan algo por la felicidad de uno, lo harán de un modo altruista y voluntario. En esto, no debemos esperar de los otros ni exigir a los otros.
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En la mayoría de las ocasiones cada uno tiene la opción de hacer elecciones, y aunque no se pueda elegir el trabajo, el esposo o las relaciones que a uno le gustaría tener, sí se puede elegir todo lo que está dentro de uno.
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Me refiero a que uno sí puede elegir y decidir su respuesta ante las situaciones que se presentan, ya sean de aceptación o de frustración y enojo, y puede aceptar lo que hay con naturalidad y sin oposición o puede amargarse la vida y estar desilusionado porque todo le parece un fracaso.
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La frustración es causa de estancamiento, de tristeza o depresión, de angustia y pérdida de autoestima; es una autoagresión que es conveniente evitar porque no aporta nada positivo: en su caso todo es negativo.
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La aceptación de la realidad, cuando estamos en una realidad que no es satisfactoria y deseamos modificar, deja el ánimo predispuesto a la intención de activarse y buscar una solución –cuando ésta es posible- o de renunciar sin que eso cree una sensación de rabia o de fracaso.
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Las cosas suceden, y no siempre y todas dependen de cada uno, y la tolerancia y la comprensión de ello aporta paz y serenidad al alma, y tranquilidad al Ser Humano.
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La resignación no es propiedad de cobardes rendidos sino de sensatos que quieren respetarse y cuidarse.
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La mansedumbre ante lo inevitable no es el símbolo del fracaso sino de la sabiduría.
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Y uno debe preservarse siempre. Ponerse a salvo. Evitarse cualquier tipo de dolor o sufrimiento. Eso se llama respeto. Y es la base para que se instale con firmeza la felicidad.
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Quien es agresivo, colérico, indignado, y está enfurecido a menudo, se lo pone difícil a la felicidad. Parece que no le deja un espacio sano en el que instalarse.
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La toma de conciencia en lo más profundo -donde Uno Mismo nace y Es-, de que la felicidad es un asunto propio y prioritario, marca la tendencia y el inicio del modo de ver y vivir la vida.
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Esas cosas que nos suceden y que parece que se oponen a nuestra felicidad, se pueden relativizar – las cosas pueden no ser tan graves como aparentan y no llevan una carga tan onerosa como creemos notar - y se pueden desdramatizar y ponerlas en su sitio real despojándolas de los adjetivos dramáticos con que las hemos bautizado.
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Todo lo que se haga por la felicidad es válido, excepto aquello en que uno actúa con el conocimiento de que con ello va a perjudicar a los otros. Y aún en estos casos y en algunas ocasiones está justificado.
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Uno tiene derecho a ser feliz, y es bueno quitarse del pensamiento -y del modo de ser o del inconsciente-, cualquier cosa que nos boicotee o que no nos ayude a lograrlo.
Uno se merece la felicidad, uno puede y debe ser feliz, y uno ha de evitar que la infelicidad o la tristeza enquistada acaparen y condicionen la propia vida.
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Es un buen propósito, uno de los mejores: procurarse la felicidad.
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¿Dónde está tu felicidad?
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¿Cómo puedes aumentarla?
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¿Qué trabas le pones para que se manifieste?
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¿Por qué la pospones?
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¿Por qué no la promocionas al lugar importante y prioritario que le corresponde?
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¿No te estarás olvidando de una parte – tal vez la más importante- de las cosas que puedes hacer en tu vida y con tu vida?
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Te dejo con tus reflexiones…
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