En mi opinión, cuando uno siente -metafóricamente- un dolor intenso interno, un indefinible e inubicable dolor que es puro y verdadero, un dolor que trasciende el dolor para convertirse en una punzada profunda que se hace emocionalmente insoportable, es que algo ha llegado al alma, que es mucho más sensible que el cuerpo.
Cuando uno se siente así es necesario que encuentre el origen verdadero –no el aparente- de ese sentimiento, y que le preste toda la atención necesaria, porque eso que está sintiendo no lo va a poder curar con pastillas, ni con alguna magia, ni tampoco con el olvido.
Eso requiere su comprensión exacta, completa, aunque sea sin palabras que lo puedan definir, pero con un sentimiento que no mienta.
Además, uno ha de permitirse notar ese dolor sin negarlo ni oponerse sin más, porque es una llamada de atención irrechazable, es una lección que requiere ser aprendida, es un mal que supera cualquiera otro que hubiera sido infligido en el cuerpo ya que el consuelo que necesita para ser sanado y curado sólo puede provenir, a su vez, del mismo alma.
Hay dolores sin motivo físico aparente, dolores que no tienen una manifestación tangible, que no se pueden ver ni palpar, dolores que se manifiestan con un nudo en la garganta, con una lágrima cuyo origen aparece como desconocido; es una sensación de desconsuelo que parece no encontrar algún tipo de bálsamo que le consuele: ni buenas palabras de los otros, ni abrazos bienintencionados.
Es un dolor en lo más íntimo, en lo esencial, en la conciencia.
Es el dolor del alma que no aparece en las definiciones, que no se puede expresar, que no tiene una sintomatología a la que le corresponda un tratamiento, sino que se ha de vivir con la tristeza que aporta, con esa desazón indescifrable, con ese estado de ánimo que no admite otro remedio que curarse uno mismo a sí mismo y al ritmo que ello mismo imponga.
Pero cuando sucede esto es mejor estar muy atentos y no eludirlo de ningún modo amparándose en un “ya se pasará”, “esto no es nada, se cura solo”, porque sí es cierto que se pasará, pero no es cierto que “no es nada”, porque sí es algo y es algo importante: es la manifestación del alma, que suele ser muy callada y paciente y suele soportar casi todo antes de manifestar su estado doliente, así que cuando lo hace corresponde escucharla, acompañarla, comprenderla, y comprobar que en la mayoría de las ocasiones lo que revela es su sensación de olvido y abandono por nuestra parte.
El alma, que somos nosotros y al mismo tiempo es más que nosotros mismos, requiere de una atención que cada persona debe aprender y conocer, y unas veces es tiempo de silencio para que descanse, y otras veces puede ser la necesidad de una relajación o meditación para contactar con ella, y otras veces se trata de que quiere que se escuchen sus expresiones en forma de intuiciones, esa voz silenciosa con la que nos habla.
Eso que unos llaman desazón, o pena inconsolable, o congoja sin razón aparente, es la voz del alma reclamando atención, escucha, cuidado, consuelo…
Muchas personas atienden y miman su cuerpo físico, y le colman de regalos y cuidados, mientras que el alma -quien realmente es uno- queda desatendida, desestimada, desamparada, recordando como puede que nos requiere y nos necesita. Que nos requerimos y nos necesitamos.
Tal vez ahora sea un buen momento para hacer un alto en la vida desatenta y poner un poco de luz y de criterio, de orden de prioridades, y centrarnos en lo que realmente es importante.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
“Oír o leer sin reflexionar es una tarea inútil”. (Confucio)
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