DEJAR IR DE NUESTRA VIDA A LAS PERSONAS
En mi opinión, eso de no permitir que las personas –y la vida- sigan su cauce, y que dejen de estar con nosotros cuando ya ha terminado el tiempo de la relación, es un asunto que causa mucho sufrimiento, y éste se podría suavizar o eliminar si aplicásemos la aceptación.
LAS PERSONAS SE VAN
Y aceptar que esto es así, que tienen la opción de dejarnos cuando lo consideren conveniente, o cuando su tiempo de estar a nuestro lado ha concluido, es lo más sensato que se puede hacer.
Sí, ya sé que los sentimientos -o los intereses- se oponen a que esto suceda cuando se trata de un ser querido para nosotros, pero oponerse a lo que es, negar la realidad, se convierte en una tarea desgastadora e inútil.
Hay personas que aparecen en nuestra vida y están más o menos tiempo. A veces ese tiempo que compartimos se nos hace insoportable, casi eterno –cuando no nos agrada la persona- y en otros casos toda una vida nos parece poco y queremos aún más.
Es conveniente entender que, así como nosotros tenemos nuestro propio camino, cada uno de los otros tiene también su propio camino, sus propias experiencias por vivir, y es muy posible que no nos corresponda estar durante mucho tiempo con ellos –lo mismo que a nosotros tampoco nos corresponde ni nos va bien estar con otros durante el tiempo que deseen-. Por tanto, irán llegando unos nuevos y otros se quedarán en el pasado, y nosotros también pasaremos a formar parte del presente o del pasado de los otros.
Son los apegos –en este caso en una actitud infantil y sentimental- quienes nos impiden dejar que este tránsito fluya con la naturalidad que le corresponde.
No depende exclusivamente de nosotros el gobierno de una situación en la que intervienen otras personas, así que ese dejar que las personas se vayan cuando corresponda es un ejercicio que no resulta fácil pero es imprescindible afrontarlo en la vida.
Algunos familiares y amigos –debido a la edad u otras circunstancias- irán muriendo y nos dejarán un vacío indeseado y una rebelión que la lógica que entiende lo que es la muerte no querrá comprender.
La vida está organizada de forma que el único que permanece constantemente es uno mismo. El único que acompaña desde el principio hasta el final, al trabajo y a la ducha, en la felicidad y en los momentos de desesperación, es uno mismo.
La presencia de los otros es aleatoria, o es ocasional, o circunstancial, escapa siempre a nuestro control y no respeta nuestros deseos, así que la comprensión de esto, y su aceptación correspondiente, nos evita una serie de conflictos personales y entrar en una espiral que puede ser autodestructiva por la rebelión contra la ausencia de alguien que llena un espacio en nuestro corazón y se nos hace muy querido, tan querido que no queremos prescindir de su presencia.
De esta realidad podemos sacar una conclusión muy provechosa: tomar consciencia -mientras podamos estar con alguien- de que es algo a vivir con toda la atención e intensidad, para poder aprovechar todo lo posible esa relación y lo que nos pueda aportar; beneficiarnos todo lo posible, para que cuando desaparezcan de nuestro lado no nos pueda quedar la desagradable e irrevocable sensación de no haberlo aprovechado.
De ese modo evitaremos la posible decepción y los posibles remordimientos posteriores.
Todo lo que podamos estar con los seres amados nos sabrá a poco, pero si disfrutamos plenamente el tiempo de estar con ellos, si no permitirnos que el tiempo a su lado se vaya vacío de sentimientos, el día que ya no estén recurriremos al recuerdo de su presencia y eso nos provocará una sonrisa que nos servirá de bálsamo para compensar su ausencia.
LAS PERSONAS SE VAN
Nosotros nos quedamos. Quedémonos bien.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
“Oír o leer sin reflexionar es una tarea inútil”. (Confucio)
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